jueves, 26 de enero de 2012

No hay nada imposible, tan solo matematicamente improbable.

"Yo tampoco sé vivir, estoy improvisando."

Benjamin Franklin compartió con el mundo el secreto de su éxito: nunca dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy.

No sé por qué dejamos las cosas para más tarde, pero si tuviera que adivinarlo, diría que tiene mucho que ver con el miedo. Miedo al fracaso, miedo al dolor, miedo al rechazo, muchas veces el miedo es sólo a tomar una decisión, porque ¿Y si te equivocas? ¿Y si cometes un error que no puedes deshacer?

Aquel que duda está perdido.

No podemos decir que nadie nos avisó, todos hemos oído los proverbios, hemos oído a los filósofos, a nuestros abuelos avisándonos del tiempo perdido, hemos oído a los malditos poetas obligándonos a vivir el momento... pero, en ocasiones, tenemos que verlo por nuestra cuenta, tenemos que cometer nuestros propios errores, tenemos que aprender nuestras propias lecciones.

Hasta que finalmente entendamos que lo peor que nos pueda pasar es mucho mejor que no haberlo intentado nunca.

No hay nada mejor que vivir improvisando.


 

sábado, 21 de enero de 2012

"El dolor es algo temporal, puede durar un minuto, una hora, un día, o un año, pero al final se acabará y otra cosa tomará su lugar. Sin embargo, si me rindo ese dolor será para siempre"
Autor: Lance Armstrong.


Cuando se eterniza la resolución de nuestros asuntos y el tiempo, aparentemente inocuo, va cercenando poco a poco las ilusiones y quitándonos cada día una pizca de aliento. Cuando las certezas que un día tuvimos, se van diluyendo una tras otra dejando paso a las dudas. Cuando no nos sale nada bien y somos incapaces de predecir el final de la racha; renunciar se convierte en una fácil y aceptable opción para dejar de sufrir.

Y si además, escuchamos alrededor las voces devastadoras de quienes 'nos quieren ayudar' y que nos dicen cosas como: "Yo en tú lugar, abandonaría", lo más sencillo es bajar los brazos de una vez. Es curioso que todos los que nos quieren 'ayudar' y que nos conminan a renunciar, pongan todo el celo en ese consejo y apenas ninguno en remangarse y decirnos: "A ver: ¿Qué necesitas de mi, para que tu sueño prospere?"

Desistir ante un obstáculo que surge en mitad de nuestro camino hacia algo en lo que hemos empleado mucho esfuerzo, invertido arrobas de talento, y desgastado mucha vida, es una manera terrible de liquidar un sueño.

Todos nos enfrentamos a dificultades en la lucha por conseguir nuestros objetivos, ya sean profesionales o personales. Creemos estar en la ruta adecuada, por ejemplo, para y de repente, darnos cuenta tras un importante grado de avance, que hemos elegido el enfoque erróneo. O lo más habitual: nos encontramos entusiasmados y trabajamos sin descanso durante mucho tiempo, pero no progresamos y las recompensas potenciales dejan de justificar tanto esfuerzo.

Antes de clausurar un sueño, deberíamos volvernos a preguntar por qué empezamos y si ha cambiado algo desde entonces; y no me refiero a las circunstancias, sino a aquello que nos impulsó a comenzar. Lo más probable es que la motivación siga existiendo, pero simplemente nos descorazone no obtener resultados todavía.

Deberíamos concretar si lo que nos impide seguir es el miedo a fracasar y el hecho de no poder soportar una decepción ni ante nosotros ni ante los demás. Es decir, un miedo irracional a perder, cuando cada triunfo en la vida está hilvanado por múltiples derrotas.

Deberíamos ponernos en la piel de nuestro mejor amigo y pensar qué le diríamos en nuestro lugar. ¿De verdad que seríamos capaces de decirle a los que más queremos, que abandonen el sueño de sus vidas, o sabiendo lo que significa para ellos les convenceríamos de que aún es posible?

Lo más triste de renunciar a un sueño es no llegar a saber nunca qué hubiera sido de nosotros de haberse cumplido. En qué nuevas personas nos hubiéramos convertido, que ya no seremos. A qué gente, qué lugares, qué experiencias hubiéramos conocido, y que ya no estarán. O quién, que si siguió intentándolo, se habrá apropiado de esa vida que hubiéramos querido para nosotros.

Reflexión final: nunca renuncies a lo que anhelas. Quizá después te arrepientas.


viernes, 13 de enero de 2012

Confianza

"No tengas miedo de ir despacio; solo ten miedo de quedarte quieto."
Lo poco que sé de la vida está en los libros que nunca leo. Lo poco que sé de la vida está en las líneas que no escribí. Lo poco que sé de la vida se cuenta tomando un café, se entiende tomando una copa y se olvida tomando dos. Que nadie se me emocione ni albergue falsas esperanzas, porque con lo poco que sé de la vida, a duras penas se llena un corazón, por pequeño que sea.

Empiezo por lo que sé con toda seguridad. Sé que, con suerte, te vas a morir una vez. Así que procura no morirte más veces por el camino. No hay nada peor que esa gente que se va muriendo antes de morirse del todo. Para evitarlo, te regalo un método infalible. Mientras tú vayas decidiendo, todo está bien. El día que dejes de decidir, ese día, cuidado, porque la habrás palmado un poco. Ten siempre más proyectos que recuerdos, es la única forma que conozco de mantenerse joven.

Entre lo poco que sé de la vida, también te diré que nada de todo esto vale la pena sin alguien que te haga ser incoherente. Ni flores, ni velas, ni luz de luna. Ése es el verdadero romanticismo. Alguien que llegue, te empuje a hacer cosas de las que jamás te creíste capaz y que arrase de un plumazo con tus principios, tus valores, tus "yo nunca", tus "yo qué va"... Ojalá ames mucho y muy bueno, incluso a riesgo de ser correspondido. Que te despojen de todo, que hagan jirones de tus ganas y que te veas obligado a remendarlas con el hilo de cualquier otra ilusión. Que desees y seas deseado, que se frustren todas tus esperanzas y que acabes descubriendo que la única forma de recobrar el primer amor, que es el propio, es en brazos ajenos.

Para terminar, y hablando del tema, déjame que te presente a tu mejor enemigo: se llama Miedo. Quédate con su cara, porque va a estar jodiéndote de ahora en adelante. Miedo al fracaso. Miedo al qué dirán. Miedo a perder lo que tienes. Miedo a conseguirlo. Miedo a saber poco de la vida. Miedo a tener razón...



martes, 10 de enero de 2012

¿Qué ves cuando me miras?

"Dicen que la imaginación es el ojo del alma."

-¿Cuántos dedos puedes ver?

- Hay cuatro dedos.

- No, no, no. ¡Mírame a mi!

- ¿Cómo?

- Te estás fijando en el problema y así nunca podrás ver la solución. Nunca te fijes en el problema… mírame a mi. ¿Cuántos ves? …. Busca más allá de los dedos…. ¿Cuántos puedes ver?

- ¡Ocho!

- ¡Ocho! ¡Ocho! ¡Sí, sí! Ocho es la respuesta correcta. Ve lo que nadie más ve. Ve lo que todos deciden no ver, por temor o conformidad o pereza… Ver un mundo nuevo cada día... Francamente, ya vas por ese camino, porque si sólo hubieras visto en mí un viejo loco y amargado, nunca habrías venido…

sábado, 7 de enero de 2012

C'est fini

"Juega, pero no te enamores. Enamórate, pero no juegues."
Ésta no es una carta de suicidio, ni siquiera una carta de despedida. Es simplemente una carta de amor, amor ya sobrepasado, consumido si lo prefieres. Perdón, confianza, respeto y cariño son cuatro palabras que no deben pedirse; deben ganarse. Dicen por ahí, que declarar el amor por carta es cuestión de cobardes, que esos sentimientos hay que expresarlos cara a cara, pero no lo creo así. La carta es el vehículo perfecto para el amor, porque el amor es reflexión, a diferencia de otros sentimientos más pasajeros. Podría decirte directamente que me gustas y eso respondería al momento, pero nunca podría decirte que te amo, porque este sentimiento no es fugaz en mí y lo voy macerando como un guiso, del que, para cuando soy consciente, muchas veces ha sido demasiado tarde. Éste es, pues, el objetivo de esta carta: decirte lo que fue y que ya queda como un sueño atormentado en una noche calurosa de verano. Sin embargo, el amor tiene la cualidad de que no puede ser explicado por palabras, porque éstas no alcanzan a describir la intensidad del mismo. Probablemente, nada de lo escriba tenga mucho sentido para ti. Por eso, me hubiera gustado morir de amor, como en las canciones, que llegara un médico y certificara mi muerte: ha muerto de amor el día tal, a la hora tal. Y que la noticia llegara a ti, que tu corazón cerrado no se sintiera culpable, no quiero morir para generar en ti culpas ningunas, sino que se llenara de orgullo. Murió por mí, porque el amor que tenía no podía soportarlo, porque fue una carga excesiva. Conserva esta idea y haz con ella lo que quieras. Ríete, llora, compadécete de este inútil, presume, vanaglóriate… ésta es una ofrenda que te hago.


Hablar de amor en abstracto nunca me ha gustado. Nadie muere de amor en la actualidad. Morimos por razones más prosaicas como el exceso de colesterol, el infarto de miocardio o los accidentes de coche. Es demasiado romántico, demasiado sentimental, el obsequio de la vida a un amor no correspondido o atormentado. Pero hay momentos en que nos despertamos a mitad de la noche, cuando ya todo está en el olvido, que nuestra alma se encarga de recordárnoslo, de levantar la inquietud de lo que fue pasado. En esos instantes ya no hay rabia, ni rencor, quizá nostalgia de los dolores de un corazón marchito. Porque somos una máquina curiosa, que transforma los recuerdos más angustiados en anhelo de lo no conseguido. En ese momento, quiero morir. No sé si de amor, realmente. Morir para evitar sentir lo que siento y que mi pragmático olvido intenta disfrazar. En noches como ésas, descubres que los esfuerzos por enmascarar, por enmascararte y olvidarte, en mí, son completamente inútiles.



21 Razones


"He venido hasta aquí porque me he dado cuenta de que quiero pasar el resto de mi vida con alguien. Y quiero que el resto de mi vida empiece ya"
Nora Ephron


El momento justo en que percibes que llega algo que va a ser importante para tu vida (como una especie de revelación) y quieres empezar a vivirlo cuanto antes. Tienes tanta certeza de no equivocarte que te lanzas con pasión y, quizá, desoyendo los argumentos en contra que te dan los demás siguiendo nada más que el instinto de tu corazón. Y allá nos vamos... ¡sin red!
No siempre tenemos las cosas tan claras pero si en algún momento nos pasa y llegamos a pensar que eso que nos está "soplando" el corazón es lo que deseamos con todas nuestras fuerzas, sigamos su estela.

¿Cómo lo sabremos? Lo sabrás, sin más. ¿Por qué el encuentro con una persona concreta nos desbarata y nos hace pensar que nacimos para dar el uno con el otro?, ¿por qué nos planteamos seguir por un camino, cuando lo lógico parece que sería ir por otro?, ¿por qué apostamos por causas aparentemente perdedoras, si la vieja razón nos demanda que la apuesta sea la contraria? Creo que es porque el corazón nos habla. Lamento no apoyarme en algo más sólido, pero cosas así sólo se pueden explicar desde el corazón: el que tiene razones que la razón desconoce.

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