sábado, 21 de enero de 2012

"El dolor es algo temporal, puede durar un minuto, una hora, un día, o un año, pero al final se acabará y otra cosa tomará su lugar. Sin embargo, si me rindo ese dolor será para siempre"
Autor: Lance Armstrong.


Cuando se eterniza la resolución de nuestros asuntos y el tiempo, aparentemente inocuo, va cercenando poco a poco las ilusiones y quitándonos cada día una pizca de aliento. Cuando las certezas que un día tuvimos, se van diluyendo una tras otra dejando paso a las dudas. Cuando no nos sale nada bien y somos incapaces de predecir el final de la racha; renunciar se convierte en una fácil y aceptable opción para dejar de sufrir.

Y si además, escuchamos alrededor las voces devastadoras de quienes 'nos quieren ayudar' y que nos dicen cosas como: "Yo en tú lugar, abandonaría", lo más sencillo es bajar los brazos de una vez. Es curioso que todos los que nos quieren 'ayudar' y que nos conminan a renunciar, pongan todo el celo en ese consejo y apenas ninguno en remangarse y decirnos: "A ver: ¿Qué necesitas de mi, para que tu sueño prospere?"

Desistir ante un obstáculo que surge en mitad de nuestro camino hacia algo en lo que hemos empleado mucho esfuerzo, invertido arrobas de talento, y desgastado mucha vida, es una manera terrible de liquidar un sueño.

Todos nos enfrentamos a dificultades en la lucha por conseguir nuestros objetivos, ya sean profesionales o personales. Creemos estar en la ruta adecuada, por ejemplo, para y de repente, darnos cuenta tras un importante grado de avance, que hemos elegido el enfoque erróneo. O lo más habitual: nos encontramos entusiasmados y trabajamos sin descanso durante mucho tiempo, pero no progresamos y las recompensas potenciales dejan de justificar tanto esfuerzo.

Antes de clausurar un sueño, deberíamos volvernos a preguntar por qué empezamos y si ha cambiado algo desde entonces; y no me refiero a las circunstancias, sino a aquello que nos impulsó a comenzar. Lo más probable es que la motivación siga existiendo, pero simplemente nos descorazone no obtener resultados todavía.

Deberíamos concretar si lo que nos impide seguir es el miedo a fracasar y el hecho de no poder soportar una decepción ni ante nosotros ni ante los demás. Es decir, un miedo irracional a perder, cuando cada triunfo en la vida está hilvanado por múltiples derrotas.

Deberíamos ponernos en la piel de nuestro mejor amigo y pensar qué le diríamos en nuestro lugar. ¿De verdad que seríamos capaces de decirle a los que más queremos, que abandonen el sueño de sus vidas, o sabiendo lo que significa para ellos les convenceríamos de que aún es posible?

Lo más triste de renunciar a un sueño es no llegar a saber nunca qué hubiera sido de nosotros de haberse cumplido. En qué nuevas personas nos hubiéramos convertido, que ya no seremos. A qué gente, qué lugares, qué experiencias hubiéramos conocido, y que ya no estarán. O quién, que si siguió intentándolo, se habrá apropiado de esa vida que hubiéramos querido para nosotros.

Reflexión final: nunca renuncies a lo que anhelas. Quizá después te arrepientas.


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